Deconstruyendo la inteligencia (II)

La formación de este accidente geográfico, producto de movimientos tectónicos naturales, cambió para siempre el clima africano, donde la vida pasó de articularse en torno a un ecosistema selvático a otro sabánico. La nueva orografía dificultaba la entrada de nubes en el continente, lo que redujo la frecuencia de lluvias y la aparición de sequías hasta entonces desconocidas.

Que una modificación ambiental provoque una funcional no era nada nuevo para ningún ser vivo, de hecho la selección natural se apoya en esta evidencia (será bueno recordar este hecho cuando hablemos del futuro de la inteligencia).

La consecuencia lógica de la falta de humedad fue la desaparición de gran parte de la red arbórea que daba cobijo a nuestros antepasados y que los mantenía lejos del peligroso suelo. En un principio bastaban unas zancadas cuadrúpedas sobre la superficie para pasar de una árbol a otro, pero el tiempo abajo se hizo más y más frecuente, y eso requería una agilidad que se alcanzaba mejor sobre dos patas que sobre cuatro. La consecuencia de aquella contingencia que se había iniciado 25 millones de años antes en la costa oriental acabó llevando a estos, nuestros ascendientes australopitecus aferensis, a caminar erguidos, a adoptar la bipedestación como forma óptima de locomoción.

Caminar sobre dos patas no es suficiente para explicar la génesis de la inteligencia, pero sí, a modo de efecto mariposa, nos sitúa en la casilla de salida para llegar a ser lo que hoy somos.

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