El Yo público, el Yo privado y Napoleón

El 19 de julio de 1796 (cuatro meses después de casarse), Napoleón (ya en campaña militar) se dirigía así a su mujer Josefina por carta:

“He hecho llamar al mensajero. Dice que se pasó por tu casa y le dijiste que no tenías ningún recado para mí. iVergüenza deberia darte, querido monstruito travieso, indolente, cruel y tiránico!

Te burlas de mis amenazas, de mi debilidad por ti.

iAy, bien sabes que, si pudiera encerrarte en mi pecho, te haría mi prisionera!

Dime que estás alegre, bien de salud y llena de afecto por mí”.

Estará usted de acuerdo conmigo en que resulta grotesco escuchar al hombre más temido del mundo en aquel momento un discurso tan almibarado. ¿Cómo es posible que una persona cambié tanto del ámbito público al privado?

Todos tenemos un yo público y otro privado que se manifiestan en nuestras palabras y en nuestras acciones. El grado de cercanía entre ambos espacios depende de nosotros y nuestras expectativas sobre cómo queremos aparecer a ojos de los demás.

De partida, todas las relaciones siguen el patrón público donde se revelan las capas mas superficiales de la personalidad y elementos de la vida cotidiana como las preferencias o actividades.

Sin embargo, si ambos actores están de acuerdo, el yo privado hace aparición de manera paulatina. Esto se consigue mediante la gestión de dos moduladores del discurso: la amplitud y la profundidad, es decir, los temas de conversación se extienden y, a la vez, uno puede descender a estratos más íntimos, como recuerdos, experiencias dolorosas o inquietudes poco palmarias.

El yo privado solo puede desarrollarse si ambas partes reciprocan sus revelaciones, es decir, si no se produce ningún desequilibrio entre lo que yo te comparto y lo que tú me das a conocer.

Este desnudarse ante el otro debe hacerse de manera gradual, de forma que nuestro receptor pueda ir asimilando el nuevo espacio que le ofrecemos, de lo contrario se sentirá abrumado y se creará una situación incómoda.

Y muy importante, no siempre abrirse al otro es noble y positivo, puede ser contraproducente y hacernos vulnerables, de ahí que la revelación de lo íntimo deba hacerse de manera sincronizada y, sobre todo, razonable.

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