Deconstruyendo la inteligencia (V) – La inteligencia animal

Por lo tanto, debemos entender que la inteligencia no es un fin evolutivo, es decir, ningún animal aspira a ser inteligente con el tiempo. De ser así, hay y ha habido otros animales que llevan muchos más millones de años campando en este planeta y no por ello son inteligentes. Piense por ejemplo en los grandes reptiles, los dinosaurios, que estuvieron presentes 150 millones de años, y puede que de no haber sido por aquella gran extinción que originó un meteorito en Yucatán, quizás hoy seguirían aquí, pero no necesariamente con un estatus de especie inteligente.

La inteligencia humana tal y como la entendemos, y que nos permite tener en la actualidad dos cuatriciclos y un helicóptero en Marte, no es comparable a nada en el reino animal. Se habla de las hormigas o las abejas, los delfines, algunos simios, pero sus ramalazos de genialidad no deben ser elemento de comparación con la capacidad intelectual del ser humano. Lo más parecido a inteligencia en términos de análisis de problema, reflexión, procesamiento de la información y ejecución de una respuesta satisfactoria podemos encontrarlo en los pulpos y en algún córvido, pero poco más.

¿Por qué no han sido estos dos especímenes los que han puesto los drones en Marte? Pues podemos especular con las pobres oportunidades de superación que ofrece el medio marino o las extremidades de la urraca que hacen bueno el refrán del gato con guantes. No obstante, también lo podemos explicar en términos de adaptación al medio, es decir, estos animales no tienen una inteligencia comparable a los seres humanos porque no han tenido la necesidad de desarrollarla o, sencillamente, no tuvieron el desencadenante adecuado.


La hormiga actual es la mejor versión de sí misma, ha mantenido un proceso evolutivo impecable.


¿Y las hormigas? Llevan casi 100 millones de años sobre la Tierra y están sobrerrepresentadas (1016 individuos se calcula que existen). Además tienen una organización social que ha sido todo un éxito evolutivo y les ha permitido colonizar todo tipo de hábitats y mantener a raya a sus depredadores naturales. Las hormigas, como las abejas, mantienen un repertorio de conductas rígidas, inflexibles, encorsetadas, que les impiden abrir nuevas vías de exploración. La hormiga actual es la mejor versión de sí misma, ha mantenido un proceso evolutivo impecable (100 millones de años. Veremos si nosotros como Sapiens llegamos a 1, pero no ha sabido buscar nuevas rutas para el crecimiento, para mejorar la filogenia. La hormiga no se ha preguntado “¿qué pasaría si…?” como seguramente hizo el Homo hábilis ante un sílex.

Este insecto ha colonizado el mundo para buscar nuevas fuentes de alimentación, pero no como los homínidos arcaicos que se tiraron a colonizar el planeta por el simple hecho de descubrir, por dar respuesta a un “¿qué habrá allí?”. Por lo tanto, sí, hay un punto en la evolución donde la inteligencia crece desde la volición, desde nuestra pulsión natural de mejorar, de descubrir y de disfrutar de la variedad. Hoy nosotros somos el director de orquesta, el apuntador, el relator de nuestra propia evolución.

Cinco millones de años después, nos mueven los mismos estímulos con que empezamos esta travesía que nos ha llevado a la cima de la evolución, todo ello, ahora, modulado por una cultura circundante, un orden ético y moral que es el soporte necesario sobre el que apoyarnos para mirar atrás y ver lo que un día fuimos y atisbar lo que podremos llegar a ser.

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